.
.

29 junio 2009

frente al espejo

*
por Marichuy*

*
He perdido la noción del tiempo que he pasado en esta cama; enlazada a sondas y conectada a un monitor, el cual pareciera estar dando cuenta de los latidos de mi corazón, mediante su constante bip-bip. Pero a pesar de mis confusiones temporales, siento que ya han trascurrido varios días desde que me dejaron en este cuarto; lo creo así, porque aún con las persianas cerradas, he podido distinguir cómo la luz diurna ha ido dando paso a la oscuridad que acompaña al anochecer. Lo que no sé, es cuándo y cómo llegué aquí; sobre ese hecho en particular, tengo una especie de vacío en mi mente. Me imagino que antes de percatarme dónde me encontraba, estuve sumida en un profundo sueño, pues todavía suelo tener algunos periodos de ausencia, durante los cuales no percibo los cambios de la luz, ni me doy cuenta de las visitas de las enfermeras y médicos, quienes a diario vienen a revisar los registros del monitor y la frecuencia del goteo en las sondas.

No sabría decir con exactitud, cuando empecé a sentirme incómoda dentro de mí. Debió ser aquel día, en que mirándome desnuda al espejo, no me reconocí en la imagen que éste me devolvió. Mi cuerpo lucía tan cambiado; ya no quedaba vestigio de mi pecho liso y mi cadera lucía una redondez que me desconcertó. Me perturbó tanto verme así, que me sentí avergonzada y aún en la soledad de mi habitación, de inmediato me cubrí. Busqué la ropa más holgada, una que disimulara mis pechos crecidos y la recién descubierta forma de mi cadera. A partir de ese día, dejé de usar camisetitas ajustadas y en general cualquier vestimenta que permitiera adivinar mis nacientes curvas y adquirí la costumbre de andar siempre vestida con pants y sudaderas holgadas; sólo cuando no me quedaba más remedio, usaba vestidos, también muy holgados y un tanto aniñados. Todo para ocultar las formas de mi cuerpo y ponerme a salvo de las miradas de los demás.

Fue en esa época, en la que empecé a notar cambios en mi estado de ánimo;
me sentía irritable y sensible al extremo; en esos días, hubiera preferido no salir de mi cuarto, para que nadie notara lo que me estaba pasando. Y fue también, cuando iniciaron las alteraciones en mi apetito; sentía más hambre de la normal y comía para apaciguar esa repentina avidez, pero siempre terminaba sintiéndome mal por haberlo hecho. La comida se volvió un suplicio para mí y muy pronto me di cuenta, de que comer me causaba verdadera angustia. Busqué la manera de reprimir mi necesidad de comida; como al principio me costaba trabajo controlarla, llenaba mi estómago con agua y procuraba mantenerme alejada de la cocina, evitando a toda costa la tentación de la comida. Pero con el paso de los días y un buen esfuerzo de mi parte, conseguí dominar mi hambre de tal forma, que dejé de sentirla y ya ni siquiera requería engañar a mi estómago con litros de agua; en todo el día, únicamente comía algo de verdura y fruta. Me había hecho a la idea de que, reduciendo mi ingesta alimenticia a lo mínimo indispensable, mi pecho podría volver a lucir plano y mi cadera dejaría de verse redondeada.

Pero nada parecía dar resultado. No obstante que apenas comía y me ejercitaba mucho, cuando me miraba al espejo me seguía viendo igual, con esas formas que nada me gustaban; mis pechos continuaban creciendo y mi cadera redondeándose. El espejo y la comida se habían convertido en mis peores enemigos; sólo en el sueño encontraba un escape para evadir mis angustias. Huía de las miradas ajenas, lo mismo en casa que en la escuela o en la calle, para no sentirme presa de su escrutinio. Aunque siempre había sido solitaria, en ese tiempo me aislé aún más; de la escuela regresaba para encerrarme en mi cuarto, hacer mi tarea y dormir. Vivía tan aislada dentro de la casa familiar, que nadie se dio cuenta cuando un día,
después de ejercitarme duramente, sufrí un ligero desvanecimiento; yo me asusté un poco, porque me quedó la sensación de un sudor helado recorriéndome todo el cuerpo, pero me tomé un thé bien caliente y me metí a mi cama para calentarme, hasta que esa extraña frialdad se desvaneció. Sin querer, había descubierto que era capaz de controlar no solo mi hambre, sino también cierto tipo de malestares; así lo creí y me sentí bien conmigo, casi feliz. Quizá por ello, es que no consigo entender qué fue lo que ocurrió después; cómo fue que terminé en este hospital.

Y aún sin saber qué fue lo que me sucedió, ahora me siento más tranquila. Acostada en esta cama y bien resguardada bajo la sabana y el cobertor extra, no tengo que preocuparme por las miradas escrutadoras; cuando llega la hora de la comida, ya no me angustio y no necesito buscar pretextos para no comer o mentir diciendo que ya lo hice. Nadie puede obligarme a ingerir alimento, pues no estoy en condiciones de hacerlo. Paso dormida la mayor parte del tiempo y a veces, hasta tengo gratos sueños; como anoche, cuando soñé que estaba sola en una hermosa y tranquila playa.

Pero sin duda, lo mejor de estar aquí... es que no hay ningún espejo.

No tengo idea de cuánto tiempo llevo hospitalizada; tampoco, de cuándo podré abandonar este sitio. Lo único que sé, es que el día que logre salir, me gustaría hacer realidad mi sueño e irme a vivir a la orilla del mar; creo que allá podría olvidarme de los espejos y de la angustia que me provocan la comida y las miradas ajenas.




imagen tomada del sito es la moda.com

26 junio 2009

El Dorado del Silencio

Por Sonia.
.
.
.


Jardin Zen.

Pentax *ist DS f/8 1/1000 sec. ISO-1600


Jardín...Tal vez no corresponda a la definición convencional de la palabra, pero lo es en espíritu. Este lugar sereno, aparentemente inerte, busca llevarnos a la contemplación. Aquí, podemos encontrar nuestra vida interior y meditar sobre la belleza de la vida, eterna y a la vez transitoria en todas sus manifestaciones.



Con una dimensión aproximada de 10 x 20 mts., este terreno, cubierto de arena que simboliza el océano siempre cambiante, y las rocas, que representan la permanencia de lo material, invita al visitante a encontrarse a sí mismo.




Haiku


"Jardín de ideas,
donde tierra y arena
conjugan paz. "



-Mafalda

19 junio 2009

Antes del Amanecer

*
Por Jess
*
He recorrido kilómetros enteros en tu búsqueda.

Mis ojos han visto tu belleza en cada persona que pasa a mi lado, más nunca la misma mirada con la que te despediste de mí la última ocasión que nos encontramos.
He creído enloquecer cada día de mi vida en el que me he dedicado a encontrarte.

Cada intento fallido es una daga clavada en mi corazón.
Así, mi órgano vital muere cada noche, y renace al amanecer con tu recuerdo.

Cometí errores que te prometí remendar, y tu castigo, si bien excesivo, nunca fue injusto.
Sé que merezco mi sufrimiento actual, pero no logro entender la manera en que tú sobrevives sin mí.

He conocido lugares que en mi vida pensé que podrían llegar a existir.
La cultura particular de cada población, concurre en mi interior para formar una cultura universal, la de la humanidad.

Diversos conocimientos se han sumado a mi espíritu.

No soy el mismo chico inmaduro e ignorante que conociste, aquél que creía que por hablar de Herodoto, manejar un Aston Martin y haber adquirido un Picasso, tenía el mundo a sus pies.
Me di cuenta que sin ti no tenía nada.

Ninguna de las mujeres ni hombres con los que he compartido mi cama se puede comparar contigo.

Y he perdido todos mis bienes materiales poco a poco.
Todo lo que tengo, lo he invertido en tu búsqueda.

Hoy me doy cuenta, que si bien, antaño me divertían los excesos, tu vacío no lo puedo llenar con absolutamente nada.
No soporto más la ansiedad de volver a tocarte.

¿Cuántos años han transcurrido desde entonces? ¿Diez? ¿Quince? ¿Veinte? Perdí la cuenta hace ya mucho tiempo, cuando me deshice de mi Tag Euher que paralicé el instante en que saliste molesta y decepcionada de mi habitación.

Minimicé lo que sentía por ti y no te detuve.
Minimicé tu esplendor sin el que mis glorias carecen de emotividad.

Hoy, soy un pobre diablo que sobrevive por el fideicomiso que me heredó mi madre.
Con esa renta, podría envejecer en esta Ciudad que me ha robado el corazón por su hermosa gente y sus paisajes maravillosos y naturales, lejos del lujo y glamour que me atosigaban en aquella ciudad donde me conociste.

Sé que te gustaría vivir aquí también.
En invierno neva.
No conocías la nieve… me pediste un día que querías conocerla a mi lado.
Y pospuse el viaje pensando que habría más mañanas por delante.

Más mañanas, a tu lado.
Mañana partiré de esta ciudad.
Porque, ¿Cómo puedo afrontar el anochecer de mis días sin ti tomando mi mano?

Hoy mis bríos joviales ya no forman parte de mí, mi en otrora cuerpo perfecto y bronceado, se encuentra lleno de cicatrices y quemado por el sol que día a día causa estragos en mis células cutáneas.

No tengo pista alguna sobre tu paradero.
Admiro ese lago azul que me recuerda tanto el brillo de tus ojos.
Todavía está oscuro.
Este insomnio no me permite descansar.
Me acerco a la orilla del lago, me recargó en el barandal, miro a la oscuridad y entre sus sombras, aparece una figura femenina que se coloca a mi lado, descubre su capucha y yo no puedo creer lo que hay frente a mí…

Caigo de hinojos y abrazo sus piernas, por primera vez en todo este tiempo, sollozo amargamente todo lo que mi corazón ha guardado desde tu partida, tú acaricias mi pelo entrecano con tu suave tacto que el tiempo no ha podido desvanecer, serena como el agua que se encuentra estancada a nuestros pies, comienza a clarear, abres tus labios y cálida, pero intensamente susurras: “Mi cielo, te dije que volvería a ti, antes del Amanecer.”

15 junio 2009

Obra Cumbre


por Mara Jiménez

El escritor, después de dormir una semana a fuerza de cansancio acumulado, tés, píldoras de colores y frustraciones acumuladas, por fin abrió los ojos a la fría mañana de invierno, que se le ofrecía en el esplendor de la naturaleza durmiente bajo los mantos blancos de los helados caprichos de enero. Se le antojaba que aquella ventisca helada, traería con ella el nuevo comienzo de su vida. Se había hurgado tanto en el inconsciente, como podría hurgarse la nariz un niño de 5 años. Y vaya que había dado resultado: Esa mañana sabía exactamente la estructura de lo que llamó su “obra cumbre”. En los breves despertares que tuvo a lo largo de lo sietes días, había logrado garabatear las remembranzas e invenciones que sus sueños le dictaban, y ese día, el que despertó, antes de que los primeros rayos del sol se asomaran, había descubierto en sus anotaciones la estructura perfecta de su narración.

Sólo le inquietaba el último apunte; una frase sin sentido aparente, pero que casi lo señalaba con el índice: “Un hombre sin sueños, no existe”. Quiso, en un principio, culpar a la mala caligrafía soñolienta del poco sentido, pero entre más la veía, más la reconocía como perteneciente al archivo de lo soñado.

Con un café en la mano, brindó con la mañana fría y se prometió que cuando el manzano de frente a la ventana de la cocina floreciera con la promesa de sus frutos, su obra estaría terminada. Salió a la calle en una especie de ritual de despedida de la vida mundana. Compró papel y tinta, hizo acuerdos con el abarrotero, y volvió a su casa a volcarse sobre el papel, para plasmar su prolongado sueño.

Los primero días fue fácil trabajar sin descansar. Como había decidido escribir con una pluma sobre un papel perfectamente blanco, a veces cesaba para aplacar un leve dolor casi excitante que por minutos se instalaba en el túnel carpiano de su mano. Abría y cerraba la mano, y de pronto su vista se topaba con la libreta contenedora de los sueños; en un impulso incontenible, volvía a tomar la pluma y seguía escribiendo.

A los tres días, descubrió que necesitaba dormir de nuevo. Se dirigió, resignado a su desordenado lecho, cuidando de dejar la pluma y la libreta a su alcance. Durmió varias horas, y cuando despertó, antes de tomar total conciencia, anotó lo que había soñado. Logró establecer una rutina para alternar sus horas de vigilia y de sueño, siempre acompañado de la pluma y la libreta.

Cuando llevaba un poco más de un mes en su empresa, notó que la pluma se había hecho mucho más pesada que al principio, y no solo le parecía más pesada, sino también considerablemente más grande. Fue también por esa época que notó que muchas de sus anotaciones se repetían, es decir, las de aquellos sueños después de la mañana de invierno, con las de aquella insolente semana que durmió casi sin parar. Le resultó al principio algo extraño, pero lo justificó pensando en lo coherente de su obra y en lo embebido que estaba en su trabajo. Y aquella frase era también persistía en sus anotaciones: “Un hombre sin sueños, no existe”.

Pasaron pocos días cuando notó que la silla era más grande y la mesa aun poco más alta. En algún momento tuvo que poner unos libros sobre el asiento para poder alcanzar la superficie y levantar la pluma que había adquirido proporciones algo extrañas.

Un día, no le quedó más que admitir que estaba empequeñeciendo, y debió cortar, con mucho trabajo, una astilla de la silla para mojarla en el inmenso frasco de tinta, y poder así, tumbado sobre su abdomen, terminar con su Obra Maestra. Tuvo momentos de auténtica desesperación, pues las hojas eran grandes como sábanas, y con su diminuta caligrafía, era dificultoso avanzar en el número de folios. Pero había de volcar los sueños, todos, sin que ninguno se rezagara.

A principios de abril, el abarrotero decidió ir a su casa, pues no gozaba el escritor de fama de cordura, y hacía demasiado tiempo que no llamaba por un pedido. Llamó a la puerta repetidamente, pero nadie le abrió. Fue por eso que se decidió a ir a la policía, y el oficial, que también era partícipe de la fama del escritor, fue a su vez a llamar la juez, que conocía a todos los pobladores del lugar. Los tres hombres caminaron bajo un impertinente sol para llegar a la apartada casa del escritor; corroboraron que en verdad, nadie atendía los reclamos de la puerta, y que a excepción del manzano que parecía vencerse de la cantidad de frutos, el jardín no había sido atendido en buen tiempo. Así pues, decidieron forzar la cerradura. La casa estaba vacía, no mostraba rasgos de violencia, ni apestaba a cadáver descompuesto. Al llegar a la habitación del escritor, encontraron una resma de hojas escritas, en una caligrafía diminuta, que se iba agrandando conforme miraban la primera parte de la resma, es decir, las primeras que habían sido escritas; pero ni rastro de vida.

El juez se llevó las hojas y las leyó con paciencia y una lupa. Aquella era, en verdad, la Obra Maestra del escritor. Decidió honrar su memoria y publicar tan magnífico libro lleno de aventuras imposibles, sueños hermosos y metáforas sobre la vida y la muerte. Todo el universo se enteró y muchos leyeron tan hermosos libro, que concluía con la frase: “Un hombre sin sueños, no existe”.

El escritor vivió por siempre en su obra. Esa mancha de tinta que adornaba el final del manuscrito original, fue lo que quedó de su alma.



Imagen que acompaña: "Ink Blot" http://www.myclients.ca/mycampaign/temp/images/22/ink_blot_cropped.jpg






Safe Creative #0906144024691

12 junio 2009

Propina no incluida

por Ivanius

Acababa de recibir el primer trago “serio” de la noche en mi bar favorito. En el centro de la barra había, como otras veces, un plato colmado de botana, una cajetilla de cigarros, y una hoja arrancada de mi libreta. Miles de historias a la espera de tinta.

Como los demás se hacían esperar, ya tenía dos cervezas entre pecho y espalda en menos de una hora, pero no parecía suficiente, así que Charly me trajo mi Gibson, helado a la perfección, con dos cebollitas. Sublime.

Un ligero toque en mi hombro me sorprendió con el amargo sabor aún en la boca, pero ahogué decentemente la palabrota que ardía en mi lengua cuando encontré sus ojos. “¿Puedo sentarme aquí?” Sin esperar respuesta (y qué bueno, porque no iba a dársela), se deslizó a mi lado.

Lo primero que percibí fue su perfume. Después, me dejé llevar a medias por la conversación, porque estaba escribiendo, pero no pareció molestarle. Dijo que me había visto varias veces, siempre acompañado o enfrascado en un libro. Además de ser "cliente frecuente", compartía también mi afición por las letras, aunque se dedicaba a vender, no a escribir. Me sorprendió no haber reconocido su rostro, pero siempre he sido un tipo bastante distraído.

Luego, su risa. Ronca, radiactiva como la kryptonita que se empeñaba en beber más con la lengua que con los labios, igual que un gato. “Así no se calienta; a ti también te gustan las bebidas frías, ¿verdad?”.

Para entonces las bebidas y el frío eran lo más alejado de mi mente. Obligado a responder, primero balbuceando y después con pasmosa y creciente audacia, me sorprendí a mí mismo hablándole... de todo un poco. Me di cuenta de su cultura porque supo rastrear y contestar mis frases más escogidas; resultó que antes de vender los libros y enciclopedias que ofrecía, los leía despacio y de cabo a rabo.

Cuando se levantó para ir al baño me quedé imaginando mil cosas. Traté de encontrar explicación al miedo y la ansiedad, pero me rendí. Qué diablos, todo puede pasar. Entonces descubrí a los demás sentados en el rincón, ante una mesa esquinera. No se acercaron, respetando nuestro código, pero desde luego me enviaron un brindis burlón con sus vasos.

Mientras encendía mi cigarro, Charly se acercó de nuevo desde el otro lado de la barra, pero no traía una copa. Me dijo que me estaban esperando en el pasillo, y que la cuenta ya estaba pagada. Nada más.

Lo que pasó después creo que no se lo imaginan. Por eso escribo hoy estas líneas, recordando mi asombro cuando, al darme su tarjeta, descubrí que ella en realidad se llamaba Mario.

Eso sí: después de las carcajadas, le compré un diccionario. De tapas verdes, como la kryptonita.

"Propina no incluida" Cuento por Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com. Imagen: Wikimedia Commons.