.
.

29 octubre 2009

los dos Diegos


Después de permanecer un largo rato en la misma posición, agazapado en ese umbroso y húmedo rincón, Dieguito estaba entumido y cansado; para no pensar en comida ni en nada, distraía su mente con llamados de misericordia a  su Ángel de la Guarda. El silencio y la oscuridad le imposibilitaban calcular la hora y menos aún, el tiempo transcurrido desde que, tras una larga y desbocada carrera, había ido a parar frente a la entrada de la cueva en la que se introdujo, sin pensar en los posibles peligros de su interior. Alternaba sus plegarias con el repaso mental de operaciones aritméticas sencillas y el recuento de las recomendaciones hechas por su madre esa mañana, cuando se despidió de ella. Cualquier evasión, con tal de mantener alejado al miedo y evitar que el cansancio y el hambre lo vencieran. Quieto, con la respiración casi contenida, el chico apretaba contra su pecho el frío y alargado objeto, que bien a bien no acababa de entender cómo se atrevió a sacar de la camioneta al momento de su huida. Las imágenes de lo ocurrido en las últimas horas, le resultaban confusas. Todas; menos una, cuya nítida visión le obligaba a cerrar los ojos, apretándolos con fuerza, como si con ese gesto inocente pudiera revertir lo sucedido. Afán inútil, pues en medio de sus ruegos al Ángel de la Guarda, volvía a mirar el pálido rostro de Diego, su cuerpo inmóvil tirado a la orilla de esa carretera poblada de neblina y soledad.


Diego –el Profesor- tenía veintisiete años, quince más que Dieguito a quien conocía desde recién nacido y para el que se había convertido en la persona más influyente de su vida, sólo después de su madre. El niño veía en él a un hermano mayor, protector, consentidor y ejemplar. Libre y apuesto; serio y juicioso; parco al habla y poco dado a sonreír, pero capaz de inusitados gestos de nobleza; viajero incansable… el Profesor era todo lo que Dieguito anhelaba ser. Cuando llegaba al pueblo a bordo de su imponente camioneta, los chiquillos hacían rueda a su paso, mientras él, un tanto apenado, se limitada a saludarlos con la mano. Con nadie hablaba excepto con su joven tocayo, a quien profesaba un cariño sincero; ese niño inocente y melancólico, le devolvía un vívido reflejo de sí mismo… apenas unos años atrás. El Profesor no era un sobrenombre; era su profesión. A los veintiún años, Diego había egresado de la Escuela Normal Rural y tras el sorteo de rigor, fue destinado a un mísero pueblo refundido en el último rincón de la Sierra; ahí donde la pobreza, la violencia y las revueltas sociales eran la norma. El joven maestro no aguantó ni un año escolar y al primer asomo de conflicto magisterial, dejó el pueblo y emprendió con rumbo a la Costa, en busca de mejor fortuna. Pero a las cuatro semanas de instalado en el Puerto, Diego veía cómo se esfumaban sus magros ahorros, mientras el pobre salario que recibía como ayudante en el restaurante de un hotel, apenas le alcanzaba para lo indispensable. Esa tarde, se encontraba apostado en el rompeolas del malecón con la mirada perdida en el horizonte, más allá de la línea donde el sol iba ocultándose lentamente, sumido en sus pensamientos. Tan absorto estaba, que no sintió la llegada del hombre bien vestido que se acercó para preguntarle alguna obviedad, con la cual inició una plática, casi monólogo, pues Diego apenas le respondía con monosílabos. El hombre continúo son su soliloquio por largo rato, hasta que por fin consiguió despertar el interés del muchacho al mencionarle la posibilidad de un empleo, bien remunerado y estable, como responsable del cuidado de una finca.


Seis años después de aquella tarde, poco quedaba del joven maestro rural. Ahora, la vida de Diego parecía circunscrita al trabajo; amén de supervisar la producción del mayor de los sembradíos administrados por su Patrón, periódicamente realizaba viajes al norte del país a fin de entregar, a los contactos indicados, esa mercancía altamente demandada por los habitantes de allende el Río Bravo. Con buen margen de libertad, pero siempre bajo las órdenes del hombre que conoció en el malecón y para quien el Profesor se había convertido en su mejor empleado, gracias a su discreción, falta de amigos e inexistente vida amorosa; una situación que sin duda deseaba prolongar el mayor tiempo posible. No obstante guardarle gratitud, en especial por los beneficios económicos que ese empleo le proporcionaba (inimaginables de haber continuado como maestro de primaria), Diego no pensaba igual que su Patrón. Hacía varias semanas que una sola idea le daba vueltas en la cabeza: encontrar la mejor manera de dar por concluido ese contrato laboral no escrito, cuya escisión, bien lo sabía, no era una opción.


Cavilaba en ese asunto, la fría mañana en que regresaba de su pueblo natal tras recoger a Dieguito, a quien llevaría a conocer el pintoresco pueblo en donde se ubicaba una famosa iglesia barroca. Manejaba sin prisas y en silencio (el niño dormitaba de manera intermitente en el asiento trasero) mientras atravesaban la serranía tantas veces recorrida y cuyo trayecto nunca le había resultado tan apacible como ese día. Ocupado en la contemplación del paisaje y en el acomodo de sus ideas, Diego apenas tuvo tiempo de reaccionar y meter el freno, ante la súbita aparición de tres hombres con los rostros cubiertos por paliacates y armados con rifles de asalto similares al que él siempre traía junto a la palanca de velocidades. En medio de la sorpresa, lo primero que pensó fue en proteger al niño; si los hombres no abrían la puerta trasera, tendría una oportunidad. Después de frenar, asomó la cabeza por la ventanilla para topar de inmediato con la punta del AK-47 empuñado por uno de los hombres, quien a gritos le ordenó que saliera de la camioneta. En ese momento se supo perdido. Aún así, con la mayor calma posible abrió la puerta y tras salir, se encaminó hacia el frente de la camioneta, aproximándose a los otros dos hombres uno de los cuales parecía ser el jefe, a quien Diego intentó explicarle que se trataba de un viaje de descanso no de trabajo, por lo cual andaba desarmado, sin dólares ni ninguna otra cosa de gran valor... eso fue lo último que alcanzó a decir, antes de ser derribado por el impacto de una ráfaga disparada sobre su espalda, a la altura de la cintura, por un cuarto hombre al que nunca vio. Los gritos del jefe, contrariado ante el proceder de su compinche, y el ruido de los disparos, terminaron de despertar a Dieguito, quien permaneció inmóvil bajo la cobija, casi sin respirar, rezando para que nadie se percatara de su presencia. En esa posición se mantuvo, temeroso de que alguno de los hombres lo encontrara; perdió la cuenta de los padres nuestros y aves marías rezados; más que mantener el oído atento, lo que el chico deseaba era no escuchar nada, como si al abstraerse de lo que lo rodeaba pudiera mantenerse a salvo. Así pasó un largo rato, hasta que armado de valor y miedo a partes iguales, alzó la cabeza y se asomó por la ventanilla, no vio a nadie; ya ningún ruido se escuchaba, ni siquiera el de algún camión de redilas cruzando el solitario camino. De un sólo movimiento se incorporó; mientras ataba los cordones de sus zapatos, al levantar la vista dio con el rifle y sin pensarlo siquiera, lo tomó, bajó de la camioneta a toda prisa y justo antes de lanzarse en su carrera hacia lo desconocido sus ojos toparon con el cuerpo inerme de Diego. Ante tal visión, el chico titubeó, pero fue la rígida palidez del hermoso rostro masculino lo que le impulsó a seguir adelante, sin mirar atrás. Corrió sin parar, hasta que sus extraviados pasos lo pusieron delante de la cueva en la que ahora se encontraba, abrazado casi de manera inconsciente al cuerno de chivo, lo único que le quedaba de Diego... a la espera de un atisbo de claridad... ojalá  pronto amaneciera...



26 octubre 2009

Iron Tony

*
*
*
*
Por MauVenom
*

Cuando Antonio dejó Sonora sabía que Tijuana en algún momento le daría una oportunidad. A sus 26 años trabajando como mesero en un bar de Avenida Revolución un gringo le preguntó si le interesaría hacer cine en Estados Unidos, él no creyó, en la frontera se oye cualquier cantidad de historias. El hombre que le ofrecía trabajo lo invitó a tomar una cerveza al terminar su turno, aceptó, como a las doce y media de la noche le dijo que quería acostarse con él. “Está bien, pero vamos a Rosarito, aquí no porque siempre me encuentro a mis hermanos”.

Ernestina sabía que su hijo no tenía permiso de trabajo en el otro lado, habría mil estadounidenses a los cuales hacer esa oferta y en todo caso sería en Los Angeles no en San Diego a donde Antonio empezó a ir continuamente, la mujer estaba preocupada por el raro ofrecimiento pero no preguntó. El novato actor se veía entusiasmado pero no dio explicaciones.

La soltura de sus colegas ayudó, le habían hablado del negocio y eso le quitaba un poco los nervios, le presentaron al que sería su primer compañero de escena y el director le explicó que le tocaba el rol activo por ser nuevo, más adelante las cosas podrían cambiar. Desnudarse frente a la cámara y el equipo de producción fue menos difícil de lo que pensaba, lo extraño fue subirse a la cama con el otro actor y que les fueran marcando posiciones para probar ángulos y luces, era incómodo pero a la vez libre. La sesión de fotos fue tediosa, luego se filmó la primera secuencia donde el temor de no lograr la erección desapareció gracias a la dedicación de su colega. Tres días después Antonio regresó a Baja California tratando de encontrarle nombre a lo que vivía, era incluido en un sitio que parecía importante, o más que la barra de un bar, acudió como espectador a otras filmaciones y se fue familiarizando, hubo shows en clubes de Los Angeles, una presentación en un festival gay de Palm Springs y algo de modelaje para calendarios y revistas. Se mudó a un pequeño departamento en los alrededores de Pacific Beach y llegó la segunda película donde interactuó con un actor de más nombre, luego una tercera en trío. Rápido, en seis meses era otro, estaba contento y ganaba no mucho dinero pero más del que había visto en toda su vida, alcanzaba para ropa, gimnasio y esteroides, llevaba dólares a su familia y sólo una vez su madre preguntó si estaba metido en narcotráfico, él negó con la cabeza. No se habló más al respecto.

Antonio ambicionaba convertirse en una gran estrella del gay porn y fundar su productora, su tiempo se dividía entre foros y caminar por la calle tratando de asimilar, compartía con otros un ambiente mercantil y cautivador. Le acosaba el hecho de trabajar ilegalmente aunque había conseguido una residencia falsa, todos lo sabían pero a nadie importaba. Observaba su imagen en la portada de una revista, se veía en cintas y no podía creer su suerte.

Fue en una premiación de pornografía en Las Vegas donde conoció a Scott quien ya era famoso, con él fue distinto a las amistades sexuales que sostenía con otros, lo visitó en San Francisco, accedió a mudarse, ser su pareja y probar futuro en las grandes ligas de la industria. Se enamoró, inauguró sentimientos y un sexo emocional, sabía que no tenía derecho pero le molestaba compartir a su amante con otros hombres por trabajo, a Scott en cambio parecía no importarle que él se acostara con quien fuera siempre y cuando, decía, no se enamorara.

San Francisco fue lo más parecido a la perfección que Antonio conoció, tenía dinero, noches en compañía y formaba parte del grueso de un negocio donde cumplió 4 años de ser figura de segundo rango solamente lo cual provocó que tomaran importancia cosas antes ignoradas como los cientos de imágenes y videos suyos que circulaban en internet otorgando satisfacción gratuita a miles. El glamour se tornó vulgar.

Scott se convirtió en una gran figura compartiendo sesgadamente su éxito con Antonio quien se sustentaba de la relación que había entre ambos, fue en ese tiempo que su madre y hermanos decidieron irse a vivir a la lejana Ciudad de México, le angustió perder sus raíces pero sintió cierto alivio. Películas esporádicas, shows y visitas a clubs de regular importancia para firmar autógrafos. La vida diferente se volvió cotidiana. Scott coronó su carrera con un contrato exclusivo que le exigió viajar por el mundo durante dos años y Antonio con la boca amarga escuchaba la noticia, con el pecho oprimido se atrevió finalmente a preguntar “And what about us?”. Scott lo miró no entendiendo cuál era la duda, “what do do you mean, what about us?... gotta take this call babe, it’s not gonna be forever”.

El escenario de Marina Boulevard se convirtió en vacío, Antonio continuó su vida de espectáculos y filmaciones eventuales, lo hacía sin entusiasmo y tampoco lo llamaban como antes, había que tomar un trabajo estable y gracias a un amigo consiguió administrar un pequeño club sabiéndose de regreso al lugar del que salió, la barra de un bar, así unos meses hasta que un contacto le avisó que Migración no sólo había rechazado su intento de obtener la residencia, también descubrió que tenía documentos falsos, había abusado del amparo de su medio y lo sabía. Huyó en un camión hacia Tijuana dejando tras de sí lo que pensó haber construido durante 5 años sin vencer la tristeza que lo acompañaba en el trayecto al sur que irremediablemente comparó con el día en que lo hizo hacia el norte. Intentó idear un regreso pero ni la visa regular servía pues lo arrestarían al intentar cruzar. Caminar por San Antonio del Mar y un breve viaje a Ensenada no dieron paz ni respuesta, la opción era sólo una.

Durante años idealizó su primer viaje en avión del que jamás pensó sería un exilio, sus hermanos se alegraron de verlo aunque ya no lo conocían, su madre recibió a un hombre triste del que no investigó historia. La Ciudad de México se comió a Antonio como a todos, consiguió trabajo de asistente en una oficina, vistió traje y siguió horario, levantó su vida sobre memorias y algún desconocido que con sonrisa sucia le dijo “te pareces a un actor... Iron Tony”. Veía pornografía en la computadora para reconocer en la obviedad amigos y sueños.

A punto de cruzar una esquina de avenida Insurgentes en el agobio de las 3 de la tarde vio que un sujeto lo observaba desde el interior de un auto, lo ignoró pero el otro era insistente y firme, él conocía eso, “¿una cerveza?... o un café... qué prefieres”, el primer impulso fue decir “no” pero buscó oportunidad en las circunstancia, entonces sonrió y sin disimulo recorrió con la vista el lujoso carro para regresar al rostro del bien vestido hombre de su interior.

“ Gotta take this call babe, it’s not gonna be forever”.

El carro olía bien por adentro y la mano del tipo sobre su pierna le traía buenos recuerdos. Total, en una de esas hasta el amor existe.

*

*

Imagen: Pintura de Francoise Nielly

*

Derechos Resgistrados

Safe Creative

Edit work: 0910264753287

*

*

22 octubre 2009

Sobre el Cielo


Por Jolie



Flotando y luchando, como un cometa en un cordón
caigo en cuenta que usted cortó a través de mi traba y cambió todo,
desde abajo usted parecía muy pequeño, pero justamente amé eso mismo

Así que me lanzé hacia arriba tan sólo para deletrear su nombre
cuando vienen y me dicen que usted es un cometa terrible
Yo les digo que estoy orgullosa de su vuelo maravilloso.

19 octubre 2009

Pídele al tiempo que vuelva.


Por Jess


Elisa fue la chica con la que contraje nupcias.

Llegué a quererla lo suficiente.

Ni más, ni menos. Sólo lo suficiente.

Era la clásica joven, hermosa y culta con la que los empresarios importantes nos casamos para –mejorar la raza— y con las que hacemos acto de aparición en las revistas sociales.

Los primeros meses de matrimonio transcurrieron sin pena ni gloria, yo dedicándome a mi empresa, ella dedicándose a la vida social y a su ridículo hobby de coleccionar objetos de color azul.

Conforme transcurría el tiempo, los intentos fallidos de tener un hijo comenzaron a preocuparme.

Y cuando decidí acudir a los mejores doctores, fue únicamente para notificarme mi imposibilidad de proseguir con mi estirpe.

Pero allí donde la ciencia termina su campo de estudio, suelen suceder acontecimientos inesperados e inexplicables, porque Elisa me hizo saber de su embarazo el día de nuestro cuarto aniversario de bodas.

La felicidad inicial de “un milagro” me había nublado la razón momentáneamente, pero con el transcurso del tiempo, volví a ser el mismo escéptico de siempre, y las dudas confluían seriamente en mi interior.

Elisa había sido una compañera racional y poco pasional, pero hubiera jurado que fiel y honesta.

Yo amaba a mi hijo mucho más que a su madre, por todo lo que él venía a significar para mí.

Maldita la hora en que me dejé arrastrar por todas esas dudas.

El ser humano debería creer en la magia como fuente de vida, y no anteponer los estándares imperfectos que vienen a derrumbar nuestra fe interna.

Cuando mi hijo estudiaba preescolar, no pude sobrellevar más la incertidumbre y lo llevé a escondidas de su madre al laboratorio sanguíneo del que yo era socio mayoritario.

Una tarde después mis manos sudaban mientras con torpes movimientos intentaban adueñarse del resultado de los análisis genéticos.

Ese bastardo era toda mi felicidad… hasta ese momento en que leí una incompatibilidad genética.

Pensé detenidamente la elección que tomé esa tarde.
Y de entre todas las opciones, elegí enterrar mi humanidad y volverme ese ser ruin del que hoy, en mi lecho de muerte me avergüenzo y arrepiento haberme convertido.

Hice una llamada a alguien que a su vez, hizo más llamadas.

Esa noche no dormí en casa.

Me quedé en esta oficina que fue mi único motivo de sonrisas los años subsecuentes.

Debían llamarme a primera hora del siguiente día.
Pero la llamada demoró cuatro horas más.
Y cuando la recibí, fue para comunicarme que hubo un error en los tiempos manejados, y que la muerta había sido Elisa….

Murió girando su cuerpo, atrayendo hacia sí y protegiendo al producto miserable de sus entrañas.

¿Qué sangre llevaba ese niño que había hecho que Elisa lo prefiera que a su propia vida?

Pensé en llamar a mis abogados para anular mi paternidad y dejar a su suerte a ese pobre diablo de apenas un lustro de edad, pero eso no colmaría la traición de su madre para conmigo.

Me vengaría de ella con lo que más le dolía.
Sé que estuviera donde estuviera, se revolcaría de dolor al ver en lo que convertí a quien llevaba nuestros apellidos.

Si bien es cierto que las carencias ponen a prueba a los hombres, nunca los pudren desde la raíz como la opulencia y los excesos.

Le dí a ese niño todas las cosas materiales y los placeres mundanos que terminaron por corromper su alma.

Era hermoso como su madre.
Cuando los escasos remordimientos acechaban mi consciencia, veía la cara de Elisa en el rostro de él, y se avivaba la llama de mi coraje y rencor.

Traté de hacer un milagro real con mi esperma.
Pero sin la ayuda aleatoria de lo inexplicable.

Los científicos de mi empresa “R.I.U.” S.A. de C.V., trabajaban día y noche con mis genes, pero siempre negaban con la cabeza y desviaban la mirada al entregarme resultados.

Mi empresa era puntera en bio-tecnología, y me redituó con más dinero del que todos mis ancestros tuvieron juntos al idear este consorcio.

¿De qué me servía tener la capacidad económica de comprar al mundo si todo terminaría conmigo?

Y entonces sucedió un fenómeno singular.

Trece años después de la muerte de Elisa, Neftalí llegó a mi vida.

Era un chico de grandes dotes deportistas… lo fue hasta que el estúpido de mi entenado tuvo el impulso de lesionarlo con su automóvil.

Neftalí fue un chico fuerte y con determinación.
Recuerdo enfáticamente la manera en que me pidió entrar a R.I.U., y la manera disciplinada en que se convirtió en uno de los mejores investigadores.

Y mientras el hijo de Elisa caía más en sus vicios, Neftalí iba perfeccionando todas y cada una de sus virtudes.… hasta que apareció una mujer llamada Natalia.
Natalia cambió inexplicablemente la conducta de mi hijo putativo en tan sólo un par de calendarios.

Y antes de que esa joven hiciera trizas mis años de odio y venganza, puse a prueba la devoción ficticia que le profesaba mi sucesor ilegítimo.

Y como sospeché, cambiaron a Natalia por la cuantiosa herencia condicionada a un matrimonio con una ramera de sociedad.

Mi odio hacia el hijo de Elisa terminó algunos meses después en que hizo acto de aparición en mi oficina, y entre lágrimas y sollozos lastimeros que alegraban mi alma pútrida, me hizo saber que “odiaba llevar mi sangre en sus venas, y que renunciaba a toda su fortuna por ir en búsqueda de Natalia hasta los confines del mundo.”.

No volví a saber nada de él ni de esa tal Natalia hasta hoy, en mi lecho de muerte… en que Neftalí regresó de uno de sus tantas ponencias e investigaciones sobre avances genéticos, se sentó a mi lado, me obsequió un cronómetro y me dijo: “Hay compatibilidad sanguínea entre tú y el hijo de Natalia.”.

Mi corazón sufrió el golpe más duro que hasta entonces había podido imaginar, y ni siquiera era yo ese joven gallardo de muchos años atrás que resistió abrir un sobre equívoco que destruyó lo único que yo tenía en la vida.

Por mi culpa, mi esposa había fallecido, destruí a mi propio hijo, le causé daño a una mujer que nada había hecho en contra mía y que era la madre de mi nieto, y maté mi propio interior lentamente, instante a instante, buscando una ridícula venganza que ahora incinera lo poco que me queda de alma…

Sé que no hay perdón ni redención alguna para mí.

Mi sangre se congeló en ese instante, y sólo pude voltear a ver ese cronómetro y pensar en mis únicos años de felicidad junto a mi hijo y mi esposa, mis lágrimas brotaban desgarrando la piel de mis mejillas, y alcancé a esbozar mis últimas palabras, mirando a ese objeto inerte como yo:

“Oh Elisa, mi Elisa… Pídele al tiempo que vuelva….”.

15 octubre 2009

La Esfinge

Por Sonia.





"...¡Esfinge falaz! Esfinge falaz: cerca de los cañaverales de la Estigia,

el viejo Carón, apoyado en su remo, espera mi óbolo. Parte tú antes y
déjame ante mi crucifijo, desde donde el Pálido abrumado
de dolor,
pasea sobre el mundo su mirada desfallecida y
llora por cada alma que
muere: y llora en vano."


La Esfinge



Oscar Wilde






Lápida de Oscar Wilde, Cementerio de Père Lachaise, París.


FinePix F30 f-2.8 1-350 sec. ISO-100




Nota:
En este espacio dedicado a las letras y las imágenes, consideré oportuno celebrar en honor a su cumpleaños (Octubre 16) a alguien que sin duda fue y será una inspiración para muchos.



En su lápida cualquier día encuentras flores frescas y frecuentemente la ves recién lavada, pues es costumbre besar la piedra en señal de respeto y admiración que se le nego en vida por culpa de una sociedad hipócrita. Si miras con detalle la fotografía (dando click sobre ella), podrás apreciar perfectamente las marcas de carmín.



08 octubre 2009

Paisajista

por Ivanius

Me gusta mirar a través de la ventana. A la izquierda, tras una barda y sobre ella se alza un enorme árbol que alfombra el jardín con crujidos, recordándonos, como un privilegio especial, el paso de las estaciones. Aunque se hace odiar porque nos perjudica la limpieza, a cambio da refugio a infinidad de criaturas invisibles. El aire de la tarde se llena de trinos que compiten con el altavoz... y casi siempre ganan.

Nadie aprovecha la sombra de ese árbol; pero es bueno disfrutarlo con la vista. Los únicos huéspedes, aparte de los pájaros y unas cuantas lagartijas, son dos o tres gatos, que se reúnen para pelear o solfear a través del muro. Prefiero sus gritos.

A la derecha, la hiedra es dueña de la pared y la reja que se alza sobre el muro; tampoco se ven las ramas del durazno entre el verde subido de la enredadera.

Frente a mis ojos, nuestro jardín. Al fondo, una formación de soldados: largos bambúes que apuntan al cielo y sacuden sus hojas bajo la incesante impertinencia del viento. No son amigos del silencio, pero me gustan porque entre sus ramas, los pájaros pueden burlarse de los gatos.

Los bambúes son los amos, y todos lo saben aunque los miren con gesto de reproche. Dicen que el camino de piedras blancas está allí para detener el avance de la hierba, pero ayuda a caminar a la vista de todos. El resultado sólo es agradable para quien no sabe cuánto pesan las piedras.

Más cerca de mi ventana, un peral, un limonero y otro durazno reposan hasta que la primavera los despierte. Entre todos ellos, una franja de hierbas y flores siempre sedientos, bajo un oscilante sol de barro que sonríe junto a la puerta de vidrio.

Hay una mirada más alta que la mía, más alta que la casa, más alta que las antenas que estropean el horizonte: un gigantesco pino como torre.

Mientras escribo, el trozo de cielo azul se ha oscurecido; los pájaros hace rato desaparecieron, mudos, entre el follaje. El viento agita las hojas; tengo una sonrisa extraña en la cara. Es hora de acostarse.

El último resplandor del sol parece un guiño brillante. Cuando veo la primera estrella, sé que llegarán a darme la medicina que me aclara el paisaje y por qué estoy aquí encerrado.

"Paisajista" Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com Imagen: "Blurry Prison" de Shayan Sanyai, en Wikimedia Commons

05 octubre 2009

¡Lucharán tres rounds!




Por Canalla

De joven tuve gente cercana a la que debo tanto como a mi familia. Si ésta es culpable de buena parte de las filias y fobias que aprendí, aquélla cultivó la parcela moral que no confié a mis abuelos, padres o hermanos. Salvador fue mi único tío político varón del lado de mi padre y uno de los sujetos que mayor influencia ejerció en mí, con su mezcla de dandy tardío y playboy a lo Mauricio Garcés.
Era dueño del primer Citröen importado al país, que desde niño admiré cómo se elevaba algunos centímetros al iniciar su marcha cuando, con el pretexto de llevarme al colegio, me descubrió el maravilloso mundo que desconocía. El Hipódromo de las Américas, el Frontón México o el Club Chapultepec, y algunos bares de hoteles como el del Prado, todavía como Nicte-há. Con el tiempo me permitió vislumbrar los tesoros de la vida nocturna, los teatros de variedad y sus lindas mujeres.
Provengo de una familia liberal en materia de alcohol y, los domingos en casa, a la hora de la comida, podía beber dos cervezas, pero mi primer trago fuerte fue el Dry Martini que Salvador me ordenó en una alberca de Cuernavaca, las vacaciones que mis primas me rogaron acompañarlas. Imagino que entretenía un poco las precoces hormonas a sus hermosas gemelas, sin riesgo de enamoramiento o embarazo, y mi tío lo agradecía. Luego que la confianza entre ambos creció le conocí a la tal Olga.
Esa noche me invitó al Teatro de los Insurgentes a ver una obra muy lamentable, salvo por la actriz que interpretaba el secundario, no por la calidad de su desempeño, también deplorable, sino por su singular belleza. Mi asombro creció al pillar de reojo a Salvador cuando le mandó un beso y ella correspondió con complicidad, discreta. En la vida de ésta, el papel de mi tío no era el del simple espectador.
La hermana de mi padre era su mujer y mis primas más grandes que Olga, pero yo sólo sentía en ese momento por él envidia y reverencia. La esperamos en el Vips y llegó acompañada de otra amiga; los cuatro fuimos al departamento que mi tío político le rentaba cerca, y estrené mi curiosidad sexual con su compañera de reparto, una morena nada despreciable por cierto. Sellé con Salvador el mutuo pacto de complicidad que nada quebrantó después, como si fuéramos El Santo y Blue Demon.
Quizá también obraría a mi favor que aquél anhelara un hijo varón sin conseguirlo, el caso es que nos volvimos inseparables y exitosos. Yo atraía con facilidad a las jóvenes que después le endosaba y él me procuraba a las de treinta, las únicas que al principio me interesaron para algo más que dos horas de charla en el Niza o El Café de la Zona Rosa, hasta que Salvador saltara de la otra esquina del cuadrilátero.
Olga no era pues, ni por asomo, la única entre sus preferencias, pero es posible que la conservara como un prospecto para dar continuidad a su plan de tener un heredero si se separaba de mi tía. Esto es más evidente ahora que lo pienso: siempre la mantuvo al margen de nuestras noches, digámoslo así, más exitosas, cuando nos jugábamos la identidad en el pancracio contra las cabelleras de las villanas más rudas.
Por eso no dejó de entristecerme la noche que sin saludarnos siquiera tras sorprendernos en el jacuzzi, puso esa cara y se disparó echando todo a perder. Yo usaba las pantaletas de Olga como máscara, era visible que le aplicaba una llave más grata que peligrosa y ya llevábamos dos de tres caídas sin límite de tiempo La morena y los abogados de mi padre afrontaron el resto porque, después de todo, Olga y yo, aún éramos menores.

-oooOooo-

01 octubre 2009

Arce-tipo modernista.

*
Por Pelusa
*
*
Fotosíntesis:
ademán de plegaria
a manos verdes.
(Ivanius)


©DiariodelaPelusa.blogspot.com/2009