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28 octubre 2010

Vida estamos en paz.

Por Lidia


“…. Vida nada te debo, Vida estamos en paz.”.
Amado Nervo.

El dolor llega a ser una droga tan poderosa, que un destello de felicidad efímera
podría matar el interior.

Cuando se vive en la oscuridad, la luz envenena el alma.

Más aún cuando en el interior de uno mismo existe una continua lucha de pasiones, situaciones que simplemente están más allá del bien y del mal.

He terminado mis estudios universitarios.

He tenido la posibilidad de estudiar en una de las mejores universidades del país.

He intentado encontrar en los libros la paz que mi alma demanda.

Mis padres me aman profundamente, aún a pesar de no ser yo su hijo biológico.

Noche a noche cargo ese lastre que me impide ser feliz, aún a pesar de –tenerlo todo-.

Llegué a este mundo con un mal congénito.
Mi columna vertebral estaba deshecha.

Al llegar a este mundo, no sólo yo lloraba, también mis progenitores lo hacían.

Ellos eran un par de jóvenes absolutamente desamparados.
Sin nada en la vida, excepto un hijo anormal.

Era yo un engendro que tuvo una segunda oportunidad, pero mi segunda oportunidad le costó a mi padre perder su libertad y su vida, ir a prisión por el delito de homicidio, y en la cárcel, perder la vida por un ajuste de cuentas debido a un error en el delito cometido.

La mujer que me parió no soportó la muerte de su esposo y se suicidó.

Era yo un ser humano más que imperfecto con mucha suerte, la muerte me reclamaba a cada instante, pero algo mayor se negaba rotundamente a dejarme ir de este mundo.

Crecí en el barrio que me vio nacer y sobreviví de la manera en que pude, a los siete años una casa de orfandad me recogió y no volví nunca a ese lugar que me vio nacer, resistirme a la muerte, conocer de la pérdida de mis padres… y saber que la razón de sus fallecimientos, fui yo.

Mis nuevos padres sanaron mis heridas físicas e hicieron hasta lo imposible por sanar mis heridas internas.

Sabían de mi dolor y de las culpas expiadas, y después de años de ayuda psicológica, decidieron –sabiamente- que la única cura para mi dolor, se encontraba en el compartir mi vida.

Comencé a utilizar mis tardes para apoyar casas de asistencia y hospitales, apoyar en lo que mis conocimientos universitarios y empíricos podían, preocuparme por las vidas de aquellos seres olvidados del mundo que parecían no tener un hogar propio.

Procedíamos de la misma cuna y era justo que yo compartiera con mis hermanos la esperanza que me había sido obsequiada en mi infancia.

Una noche de carnaval me disponía a dejar el hospital para pasear por las calles coloridas y ricas en sonidos alegres, cuando llegó a urgencias un joven de edad similar a la mía.

Venía inconsciente y desangrándose debido a una herida provocada con un arma punzo-cortante en la parte baja de su abdomen.

Aún cuando no tenía noción de lo que sucedía a su alrededor, asía fuertemente entre su puño derecho un reloj de marca Tag-Heuher.

Y aún cuando sus ropas y su piel estaban bañadas en sangre y polvo, se podía apreciar los rasgos de un hombre de estética pronunciada.

- Seguramente llegó a morir.- Escuché decir a los doctores.- Nuestro banco de sangre carece de unidades de su tipo sanguíneo… es una lástima, tan joven….
- … y tan guapo…- puntualizaban las enfermeras.
- ¿Qué tipo de sangre necesitan?.- Dije mientras me acercaba a los doctores.
- B negativo.- Decían ellos afligidos y negando con la cabeza.
- Yo soy B negativo.- Dije sin dudarlo un segundo.- Corran, hagan lo necesario, ¡háganlo ya!.- grité.

Algo dentro de mí me inyectaba adrenalina y un repentino interés por ese hombre.
La vida se negaba a darme mi pase de salida.

Y algo dentro de mí sabía que también se lo estaba negando a ese hombre desconocido.

Y fue así que mi alma encontró la paz que tanto ansiaba.

Mis padres perdieron la vida debido a mí, y ahora yo le daba la vida a alguien más.

Vida nada te debo, Vida estamos en paz.

25 octubre 2010

Del dicho al hecho...



Por Mara Jiménez


Me costó muchos años lograr la abstracción mental que requería entender los dichos de mi abuela; ella casi siempre terminaba sus intervenciones en una conversación con un dicho de esos que me dejaban pensando horas y horas. Así aprendí aquello de: “Del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libro yo”; “Cuando Juan habla de Pedro, se conoce más a Juan que a Pedro”; “Tiene más el rico cuando empobrece que el pobre cuando enriquece”; “Al enemigo que huye, puente de plata”; “Más vale ser cabeza de ratón, que cola de León”; en fin, la colección infinita que mi abuela tenía para cada preciso momento, para amarrar con certeza cada situación, para presentarse ante mis ojos como un ser sabio, lleno de mundo y anécdotas.

De todos sus dichos, había uno en especial que repetía con más frecuencia que los demás, y que me intrigaba de sobre manera: “En la cárcel y en la cama, se conoce a los amigos”. ¡Qué duro me parecía el camino de la amistad escuchando aquello! Más aún tomando en cuenta que cuando mi abuela se refería a alguna de mis amigas de infancia, lo hacía como “Tu compañerita”, como si ninguna de mis congéneres hubiera alcanzado ante los sabios ojos de mi abuela la categoría suficiente como para referirse a ella como mi AMIGA. Las conclusiones que sacaba, era que me iba a ser imposible consolidar una amistad verdadera, a menos que estuviera yo presa, cosa que no era muy probable a los 8 años, o que cayera yo en situación de hospital y conociera en la cama contigua a aquella especial persona que habría de acompañarme el resto de mi vida, ostentando la calidad de “AMIGO”.

Mi oportunidad llegó más rápido de lo que esperaba, pues fue en esa época cuando mi padre me anunció que era indispensable someterme a una extirpación de amígdalas, pues mis fiebres e infecciones recurrentes estaban atentando contra mi proceso educativo. Yo casi moría de la emoción. Además del hecho de haberme sentido siempre morbosamente atraída a los hospitales y los salones de operaciones, estaba la promesa de que la recuperación de dicha cirugía que llevaba como tratamiento indicado comer helado a diestra y siniestra, y además, según mi abuela y sus dichos, de conocer a un verdadero amigo. Así pues, me interné en el hospital llena de emoción y expectativas acerca de mi futuro cercano. Mi cuarto tenía, en efecto, dos camas, pero me desilusioné un poco al ver la segunda vacía y apenas con un cubre colchón azul sobre ella. Pensé para mis adentro que de un momento a otro, internarían ahí a otra criatura de mi edad, pero no fue así. A la mañana siguiente a mi ingreso me fui al salón de operaciones por mi propio pie, un tanto molesta, dedicándole una última mirada a aquella cama vacía que me iba a dejar sin amigos. Después, un pinchazo doloroso en el brazo, una máscara, y mi papá que se despedía sonriente detrás del cubre bocas verde… oscuro total.

Recuerdo esa visión tan extraña obtenida con una rendija del ojo derecho abierto, que me regaló una imagen primero borrosa, después más nítida, de una niña de 8 años en la cama de al lado, en la sala de recuperación, que me miraba con una rendija del ojo izquierdo medio abierto. Después de un tiempo indefinido, cuando pude verla con claridad, es decir, con la claridad que da la anestesia con sus efectos secundarios, me descubrí a mí misma, escudriñándome desde la otra cama. Algo en mi cerebro entendió que las cosas estaban un tanto confusas, y como a la orden de CTRL+ALt+DEL de una computadora, volví a quedarme profundamente dormida.
El siguiente despertar, muchas horas después, me ofreció la visión de mis dos enormes, rojas y mutiladas amígdalas yaciendo sobre una gasa. Era mi padre que había estado esperando mi despertar para compartir conmigo el triunfo del enemigo vencido. Me interesé un poco más, las toqué para ver sí, sabiendo que eran mías, sentiría algo. Pero no, mis anginas estaban bien muertas, yo estaba ya en mi habitación, y la cama de al lado seguía vacía.

Ya en casa reflexioné sobre la oportunidad que había perdido de conocer a un amigo en la cama del hospital. ¿Sería posible que hubiese malinterpretado el sentido del dicho de mi abuela? En la cárcel y en la cama, en la cárcel y en la cama… ¡Claro! De pronto me di cuenta de mi error. Los esposos, esos eran los mejores amigos, ahí se daba uno cuenta de con quien contaba. Cerré el expediente de ese dicho, satisfecha.

Al año de este evento mis padres se divorciaron.

Hoy en día tengo pocos amigos.

21 octubre 2010

Paseodoble

por Ivanius

A veces cae la lluvia

y nos enciende recuerdos.

Bajo techo renegamos
por temor a encontrar seco
el pozo de la memoria
con todo lo que había dentro.

Por eso
si cae la lluvia
no decimos nada.

No decimos nada serio.

Sólo es compartir un trago,
una canción,
un abrazo.

Pero nunca preguntamos
cuando se nos cae la lluvia
dónde huyeron los recuerdos.

"Paseodoble". Poema de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com. Imagen tomada de Wikimedia Commons.

19 octubre 2010

Nosce te ipsum

Por Canalla

“Conócete a ti mismo”: quizá no haya otro aforismo más conocido y malinterpretado en la tierra que éste, de la filosofía griega al psicologismo más barato en un solo paso. Esto cuando, más bien, algunas personas se conocen tanto y les agrada tan poco lo que saben, que sepultarlo bajo un alud de mentiras es su rutina; otras menos, lo suficiente para vivir guardando las apariencias y morir igual de inadvertidas, y sólo pocas se desconocen por completo, tal vez único caso en que la ignorancia es una bendición, digna de envidia por un budista si esto fuera posible.

14 octubre 2010

October Colors


Por Sonia.




Feria de la "Gran Calabaza", Dallas.

Sony DSLR-100 f/8 1/125sec. ISO-100



11 octubre 2010

etapa superior

por marichuy  

Las familias felices son todas iguales. Las infelices lo son cada una a su manera. 
(Leon Tolstoi, Ana Karenina)

Aquel mediodía, Sara -de 35 años- entró en mi oficina como si una fuerza extraña la impulsara a moverse. Caminaba con determinación, pero, al mismo tiempo, parecía no ser ella quien controlara sus vigorosos pasos. En ese tiempo, yo detentaba el cargo de consejera al interior de una atípica ONG que lo mismo se ocupaba de brindar apoyo social y orientación legal a adolescentes y adultos en problemas, que a enarbolar banderas ecologistas. En mis inicios en dicha ONG, me trabajo consistía en atender a las víctimas o denunciantes de delitos ecológicos, pero tras la resolución de un par de casos algo complicados que me tocó atender, la Presidenta de la ONG decidió que lo mío… eran los casos perdidos. Sólo a alguien demasiado insensato, o extremadamente optimista, podría habérsele ocurrido que yo era la persona indicada para escuchar y aconsejar a las almas en pena. Pero así fue. Y así fu como yo, que no sabía si agradecer o maldecir por tal encargo, de un día para otro me encontré escuchando penas ajenas y tratando de poner cara de circunstancia, antes de soltar de mi ronco pecho algún rollo ad-hoc, medianamente coherente, pero lo más distante posible del discurso a lo Caldo de pollo para el alma que tanta alergia me causaba. Una vez dentro, Sara tomó asiento frente a mí y acto seguido, casi sin mediar respiro, desgranó una historia de amor y desengaños tan parecida, y a la vez tan distinta, a las muchas que a esas alturas de mi encargo yo había tenido la oportunidad de conocer. Tras escucharla hablar sin parar durante casi una hora, apenas haciendo pausas para dar sorbitos al vaso con agua que yo le había ofrecido, la mujer dio un primer respiro-suspiro hondo, tras el cual me miró fijamente para luego guardar silencio como diciéndome: ahora te toca. Vaya cosa, pues en ese momento era yo quien más necesitaba un respiro antes de poder balbucear algo, después de haber sido bombardeada con semejante vendaval de detalles de su vida marital. Cierto que su historia era la misma historia de amor-desengaño-desamor que ha conocido la humanidad desde tiempos inmemoriales, pero la fuerza con la que la había contado, apenas acompasada por el brillo de su mirada y el hecho de que en ningún momento se hubiese interrumpido para auto-conmiserarse y menos para romper en llanto, le conferían un cariz distinto, obligándome a dejar los apapachos verbales justo a un lado de la caja de Kleenex, pues esta vez salían sobrando: la mujer no había venido que le enjugaran las lágrimas  

-No sé qué decirte: tú no buscas un consejo ni ayuda para tomar una decisión, al parecer ya tomada. Lo que no entiendo, permíteme que sea claridosa, es para qué has venido aquí, a donde normalmente acuden mujeres hundidas en la desolación que no pretenden mayor cosa que un poco de consuelo, una voz amiga, quizá cierta complicidad.

La mujer sonrío, me miró con un dejo de simpatía y sin preámbulos me dijo:

-La verdad es que vine aquí porque en medio de mi drama hay dos cosas a las que no estoy dispuesta: una es la conmiseración de mis familiares y amigos, no sin el aderezo de sus bien intencionados consejos abogando porque yo demuestre el temple de las mujeres aguantadoras y deje pasar esta -nueva- humillación e infidelidad propinada por mi sacro marido. Y la otra, no me da la gana –como me aconsejan otros- ir a ver a una sicoanalista, delante de la cual habré de hablar mientras ella me mira con displicencia. No. Yo no necesito que me terapeen. Lo que necesito es que alguien ajeno a mi historia me escuche y, tal vez, emita alguna opinión. Estoy dolida, no lo niego, pero es más el enojo que el dolor. Y eso es lo que me ayudará a salir más rápido, pues el enojo es la etapa superior del sufrimiento.

Ya plenamente instalada en su etapa superior del sufrimiento post-engaño, Sara me contó el único detalle que hasta entonces había omitido: El coraje de Sara no se debía a que su marido, un conservador Pastor de la Iglesia Evangélica…. mujeriego sin remedio, le hubiese pintado nuevamente el cuerno (o ya se había acostumbrado a tales aventuras sacras o  él ya no le importaba). No. Lo que realmente le molestaba es que esta vez, en lugar de enredarse con alguna beata de su Congregación, su santurrón marido hubiera escogido a una rubia oxigenada de pechos operados, a quien a leguas se le notaba lo lagartona y que además -este debía ser el verdadero detonante de su rabia y de su decisión a divorciarse- él hubiese pagado los implantes de la susodicha!!

-Pagárselos a ella y no a mí, que más de una vez le manifesté mi deseo de hacerme un retoque, y él me detuvo diciendo que si Dios me había querido sin grandes voluptuosidades, así debía permanecer y que, además, a él así le gustaba. Hipócrita, bien que lo demuestra revolcándose, entre Salmo y Salmo, con esa güera oxigenada y siliconeada. Pero ya verá, como los escándalos dañarían su posición en la Congregación, va a tener que darme lo que pida y lo primero que voy a hacer será, por supuesto, regalarme unos implantes grandiosos y bien puestos, luego operarme la nariz y finalmente teñirme el cabello de pelirrojo…

Y así continuó Sara durante varios minutos narrando su planes a corto plazo, hasta que por fin respiró aliviada, casi feliz, al concluir su narración en lo más alto de la cresta de la etapa superior del dolor post-rompimiento…


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06 octubre 2010

Descubrimiento




Por MauVenom


Escribir ha sido un acto irresponsable, ni siquiera rebelde, un trance de exploración sin más encargo que cierta bravura pues haberlo hecho con miedo acusaría fraude aún cuando la honestidad a veces resultó en experimentos que fue mejor enterrar por bien del autor o de las almas quietas que leen y prefieren no cruzar del otro lado. 

Así que para el incrédulo escribidor la figura de las musas fue correspondencia de lo trillado; la inspiración es trabajo tosco, un golpe de suerte y muchos de teclado, servilletas borroneadas, papeles en desorden... o eso pensaba porque ahora que se afilia a un mundo análogo que consiente nuevos vicios descubre esas dos presencias que acechan a corta distancia, han estado siempre ahí pero no las había notado por necio. 

Una de ellas sostiene un catalogo de objetos obscuros, caracteres góticos que se vuelven guión denso de solución firme. 

La otra señala hacia el empedrado de las emociones, con su vegetación asfixiante y luz opaca que descompone en recuerdos casi irracionales. 

Pero él no quiere eso. No más.

‘Entonces todo esto es obra suya y yo idiota juré que escribir me pertenecía’


Las musas descansan en esta mística plaza que el escribidor habita pero les devuelve el donativo pues no es de uso en el futuro revolucionado que se espera. 

Ha aparecido una tercera voz, sin cuerpo aún, que dicta argumentos inentendibles para el auditorio pero naturales a la mente del ordenaletras, sin embargo el sentido del nuevo texto es indescifrable en idioma regular y será captado por raros individuos solamente. Que los hay. 

En silencio el escribidor se pregunta, como veces antes, si es locura o entendimiento, será el lugar donde se unen ambos. Como sea, no podra encontrar camino atrás. 



Derechos Registrados
Safe Creative
Edit Work: 1101278348296



04 octubre 2010

Inflingidos










Inseminada por las suicidas atisbo en la oquedad de la palabra el terror fosforescente de sus carnes frágiles. Como jarrones en añicos o vestidos en jirones o muñecas de trapo desvirgadas en la noche balbuceante del poema - inútil y blanco - el parto sanguinolento de la existencia. Versos, cebos para la engorda, carnazas, señuelos, corolas del deshoje cotidiano, pétalos consumados en éteres tóxicos, idos al mar, al río, a la nada barbitúrica. Sus osamentas tengo en mis manos, cada página, un hueso. Los vocablos y las letras, restos. Bajo los escombros la indecible entraña de lo viviente. Conservar este reflejo, llevarlo entre mis labios como el agua que se escurre hasta sus sepultas bocas, extintas mariposas con las alas intactas. 

II 

El agua, el agua, el flotar del agua. Su cuerpo, su cuerpo acalorado meciéndose gota perdida al fondo desnuda y húmeda la mente, la mente errante zozobrando la mano lánguida hundida en el vaivén todo lo deshace, la calle, la casa, las paredes naufragan, de agua las paredes, de agua la memoria y en oleajes arrancan dejando al cuerpo, el cuerpo solo, lavado de presencia se mece puñado de fibras desprendidas que en el agua del inicio respira por primera vez y expele al mundo, en la vena abisal la sangre silba ansiando el filo y viene manso y se escabulle disfrazado con su piel trae todo lo viviente hacia su pulso, océano gigante gira el agua gira la mano gira la cabeza el pelo amortajándole las sienes, crujen los objetos, cruje el mundo, el cuerpo se refleja sombra monumental en el olvido, el agua, el agua, el flotar del agua la mente cae entumecida en su regazo. 



01 octubre 2010

Agustín.

- ¿Por qué corres Agustín?

- Porque me persigue.

- ¿Quién te persigue Agustín?

- No lo sé.

- ¿Cuánto tiempo llevas corriendo Agustín?

- La vida entera.

- ¿No estás cansado Agustín?

- No puedo detenerme.

- ¿De qué tienes miedo Agustín?

- De su mirada.

- ¿Qué hay en su mirada Agustín?

- Fuego.

- ¿Qué es el fuego Agustín?

- Lo que corroe mi alma.

- ¿Necesitas agua Agustín?

Me detuve en silencio. Tantas voces en mi interior desgastaban mi endeble espíritu. Miré las olas crujientes del mar estrellándose contra la arena. Ahí, enfrente de mí había un niño sentado en la orilla del mar.

- ¿Qué haces niño?

- Me refresco, forastero.

- ¿Estás perdido niño?

- No tanto como usted, forastero.

- ….. ¿Cómo te llamas niño?

- Agustín, forastero.

- ¿No te interesa saber mi nombre, Agustín?

- Sólo me interesa el agua, forastero.

Los ojos del niño no volvieron a verme, se perdieron en la inmensidad del mar.

Pasé a su lado a seguir mi propio éxodo.

- Suerte en tu encomienda, Agustín.