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29 noviembre 2010

La ruta que va al Sur.

Todavía recuerdo la manera tan particular que tenía la gente de esta Ciudad para saludar.

Entrecruzaban las miradas, sonreían ligeramente y conforme se iban acercando, la sonrisa se acentuaba más, luego, frente a frente tenuemente hacían una venia y comenzaban a platicar; pero nunca mencionaban sus nombres, porque la gran mayoría, carecíamos del mismo.

Sólo aquellos personajes trascendentales en la memoria de nuestro pueblo eran bautizados posteriormente; de allí sobrevino tu gran nombre: "El que hará cosas enormes.".

Pero tú siempre solías nombrarme al despedirte, tú sin tener nombre, me diste uno; y sin tener potestad alguna me obsequiaste un nombre con el que me he conducido instante tras instante, surtiendo efectos retroactivamente hasta el momento de mi concepción; ya desde el vientre materno, tu nombre y el mío estaban escritos en el libro de nuestra historia.

Has sido la única persona que ha atravesado esa barrera.

Sé muy bien que existen límites que no deberían ser cruzados nunca; generalmente nos provoca pánico el entrar a lo desconocido, y preferimos ese dulce aburrimiento a nuestro alrededor cotidiano.

Por eso me enamoré de Maximiliano.

Él era el claro ejemplo de la Anarquía, no obedecía el orden impuesto por los líderes de la Ciudad, infringió los cánones establecidos en su obituario, retó constantemente las palabras de desaprobación de su progenitor y las miradas suplicantes de su madre; resistió los castigos impuestos a su espíritu brioso, asumió la responsabilidad de todos y cada uno de sus actos; persiguió sus sueños con especial ahínco y frenesí, y se convirtió en aquél que habría de descubrir el camino más seguro para llegar a la Ciudad sin nombre que abasteció a nuestro pueblo las siguientes temporadas.

De allí trajeron semillas nuevas y fauna para alimentarnos y los conocimientos para fertilizar nuestra tierra y volverla más fecunda.

Quien hubiera creído que ese joven inquieto y pensativo, descubriría por sí solo, la manera de arribar a ese territorio descrito por los vientos del Norte.

Quien hubiera dicho que no sólo me hubiera nombrado a mí, sino también a la ruta que va al Sur.

22 noviembre 2010

Viñeta de otoño


por Ivanius

Algunas gotas de cielo gris descascaraban olores en la calle despeinada. Cada puerta o ventana abierta invita al asalto olfativo, preciso a escala industrial, agradable pero fuera de lugar. Noche de ciudad.


Más allá de la ventana, una presencia inquieta se dejó ver fugazmente. Su rostro no estaba claro, pero sí dos piernas que parecían colgar al infinito desde un abrigo verde.


Las sandalias deben ser carísimas, a juego con el pedicure y la pulsera de tobillo.


Ella quería algo o esperaba a alguien, porque no se movió en varios minutos a pesar del viento y la ligera lluvia, y no lo buscaba dentro, porque en el local, a esa hora, sólo había dos parejas: una de adultos mayores, que disipa el frío compartiendo una sopa de tallarines, y otra de jóvenes adultos, que intenta revertir la gemación a fuerza de besos. Los pocos habituales, por conocidos, no son tomados en cuenta.


Un automóvil se detuvo a su lado; fue fácil adivinar el breve diálogo, en un lugar y hora que alguna vez fueron de lo más sofisticado.


Entonces ella decidió entrar. La mesera, que tampoco perdía detalle, le ofreció café y una sonrisa, ambos por cuenta del hombre al final de la barra.


Ella no encontró lo que buscaba, y él no buscaba lo que encontró. Pero la naturaleza no le enseñó sólo al salmón cómo fluir contra la corriente.


"Viñeta de otoño". Relato de Ivanius. Texto: © Chanchopensante.com. Imagen tomada de Wikimedia Commons.

18 noviembre 2010

De Visita


Por Sonia

Ramo de flores blancas, con pequeña aracnida y abeja.

Sony DSLR-A100 f/4.5 1/320 sec. ISO-250




15 noviembre 2010

Cena con Madame Sarcasme


Por Canalla

Venga y pruebe lo distinto
de este queso Mallarmé
mientras tejo macramé
y acompáñelo de un tinto,
queda aún del Baudelaire;
siempre me divierte ver
cómo sufren macilentos
esos perros sus intentos
y sus yerros de arrancar
de su carne y reencarnar,
cuando su único talento
es un poema decantado;
no abuse, tenga cuidado:
pegan rabia, matan lento.
-oooOooo-

12 noviembre 2010

destiempos y décimas musas



Escribir a pesar de todo, pese a la desesperación. No: con la desesperación
(Marguerite Duras, Écrire. Gallimard, 1993).

Pero al final no fue posible. Y no fue la desesperación quien venció, no competimos ella y yo. Fue algo más prosaico e irrebatible: el tiempo. Implacable e inexorable como sólo el puede ser, el tiempo me alcanzó antes de poder cumplir con mi sencillo cometido de relatar alguna historia aquí. Y ante ello, en vez de hacer mutis y fingir que no pasa nada, decidí decirlo así sin falsas excusas ni eufemismos: no hubo historia que contar. Es decir, historias hay muchas, siempre las hay. Como vuelve a decir Madame Duras en Écrire: todo escribe a nuestro alrededor. Pero alguien tiene que contarlo, relatarlo, que solo no lo hará y he ahí la falla, mi falla. Dicho esto, no me queda más que disculparme con los lectores de este blog y con mis compañeros del mismo. Y de una vez, ya que estoy ocupando un espacio y para terminar de romper con las formas, haré algo que no debería: subir un texto ajeno; en este caso un poema. La razón, o pretexto sí así lo quieren ver, es simple: hoy 12 de noviembre se celebra el 359 aniversario del natalicio de nuestra máxima poeta mexicana. Sor Juana Inés de La Cruz. Mujer luminosa y sensible de quien otros que sí saben ya han dicho bien, en especial el poeta Octavio Paz (en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, libro ampliamente recomendable si la vida de Sor Juana Inés de la Cruz les interesa), así que yo sólo me limitaré a celebrar su cumpleaños con un poema suyo.




Este amoroso tormento 
que en mi corazón se ve, 
se que lo siento y no se 
la causa porque lo siento 

Siento una grave agonía 
por lograr un devaneo, 
que empieza como deseo 
y para en melancolía. 

y cuando con mas terneza 
mi infeliz estado lloro 
se que estoy triste e ignoro 
la causa de mi tristeza.  

Siento un anhelo tirano 
por la ocasión a que aspiro, 
y cuando cerca la miro 
yo misma aparto la mano. 
Porque si acaso se ofrece, 
después de tanto desvelo 
la desazona el recelo 
o el susto la desvanece. 

Y si alguna vez sin susto 
consigo tal posesión 
(cualquiera) leve ocasión 
me malogra todo el gusto. 

Siento mal del mismo bien 
con receloso temor 
y me obliga el mismo amor 
tal vez a mostrar desdén.



[Sor Juana Inés de la Cruz
12 de noviembre de 1651-17 de abril de 1695]




Post Scriptum: aquí encontrarán un par de textos que pueden resultar de su interés, sobre la obra de la poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz y Apuntes sobre Sor Juana o las trampas de la fe

   

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08 noviembre 2010

Acerca de las hojas






Por MauVenom



Se me ha dicho que las hojas en el viento son amores caídos de las vidas de los hombres

por eso el color de fuego, su estrepito, que se rompan al tomarlas

dejaron a su dueño en tiempo de avanzar cediendo a la corriente, así que en la nostalgia hay un júbilo frío con ilusiones de otros, el espejismo de haberlo tenido todo

robo el sentir ajeno de los viajeros vegetales en su ballet de noviembre, representación de por que las cosas cambian y no vuelven

descifro la coreografía y el hielo me la quita

estas hojas no me pertenecen, son pasiones prestadas que el aire revela para que yo aprenda, las que de mí fueron van lejos acusándome con un extraño

debo poner atención, no evitar la sonrisa o el dolor, lo que llegue está ya escrito y despertar podrá limpiarlo.

O eso dice el que me cuenta las cosas. Yo escucho.

Hablar con el otoño es don que otorga el estar solo.



Derechos Registrados
Safe Creative
Edit Work: 
1101278348302


04 noviembre 2010

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Estimados Escribidores, estimados Literaturos, estimados Fotografistas, lectores, comentaristas y visitantes distraídos:

Con toda humildad me atrevo a solicitar su apoyo para la publicación del texto que adjunto. La historia es como sigue: vagaba por las calles del centro de la ciudad de México, cuya historia y sitios de interés me son casi totalmente desconocidos (situación que, dicho sea de paso, intento solucionar en estos meses de desempleo), y terminé en una iglesia pequeñita, una casa de muñecas enclavada en la callecita a la que llaman Manzanares. Como no soy muy entendido de casi ninguna cosa, en lugar de ver los lindos detallitos de esa casita dedicada al Señor, me hinqué y fervientemente me puse a rezar un padrenuestro. Pero soy de atención dispersa, por lo que más bien terminé viendo el piso porque se puso a correr por ahí una cucaracha. La seguí con la mirada y vi que se metió en una ranura de la que salía un pedacito de tela toda vieja. Me fui a ver qué cosa era y la jalé. Y mientras más jalaba, más tela iba saliendo. Y la tela tenía un montón de cosas ahí escritas. Como estoy desempleado, dediqué los siguientes dos días a descifrar y transcribir lo que entendí. Inventé algunas cosas (bueno, muchas), porque no todo se veía muy claro. Pero me dio un montón de susto, porque fíjense qué cosa extraña: terminé con mi trabajo ayer: tres de noviembre de dos mil diez, justamente un día antes de la fecha que dice el cuento o lo que sea. Y más raro todavía: le habla a una persona que se llama Iván. Yo me llamo Iván, pero igual hay muchos ivanes por el mundo. Además, yo no tengo caballos. Ayer mismo, en una recepción, a todos los presentes les anduve contando, a todos, que en mi vida he tenido ni pizca de caballos. Dejo a su estimable consideración la amable publicación del texto.


Iván

---Comienza texto adjunto---

Si todo sale de acuerdo con mis cálculos, este perpetuo volar sobre el lomo de mi caballo volador no habrá sido en vano. Si los pasos se han seguido con precisión, este texto —escrito desde el que usted quizá considera un pasado remotísimo, ahistórico, merecedor del desdén de su curiosidad, varado en un punto ciego del tiempo, un instante inanimado, inadvertido, silencioso, jamás incluido en los libros de texto— será publicado el día cuatro de noviembre de dos mil diez en una bitácora colectiva y se hará pasar por un texto de ficción. Si usted ha sido lo suficientemente cuidadoso, habrá preparado el terreno con suficiente antelación y hará creer al resto de los participantes del colectivo que éste es un cuentito enviado por un escritorcillo invitado para la ocasión. Sin embargo, estimado Iván, usted y yo sabemos lo que está en juego. Recuerde borrar este primer párrafo antes de enviar el texto, o toda la misión podría verse comprometida, y todas las sospechas podrían caer directamente sobre usted, especialmente si aún conserva alguno de los caballos voladores. Usted es el último eslabón de un proceso que comenzó en la más remota y oscura de las antigüedades, y sólo usted puede hacer que el mensaje llegue al Volantísimo. En su discreción confiamos.

El grandísimo caballo volador (un cuentito de Diana Solano)

No hay puesteros más amables que los del Mercado de San Juan. Me dijeron los nombres de todas las frutas y verduras extrañas que encontré a mi paso. No recuerdo ninguno de esos nombres, tampoco los lugares de origen o las intrincadas recetas, por supuesto, pero sí la divertida estampa de las calabazas gigantes, los cebollines morados y los ejotes de un metro y medio de longitud. Me tomé la foto con el lechoncito pelado del pasillo dos —“Mamíferos adorables”— y observé con detenimiento la sanguinolenta carne de león del pasillo seis —“Mamíferos malvados”—. Casi al final de mi recorrido por los asombrosos pasillos —la feria de fenómenos del mundo de los abarrotes— encontré el puesto de los huevos de avestruz, y durante quince minutos discutí con la encargada las maravillas de las avestruces y los consecuentes precios elevados de sus productos: doscientos pesos el huevo ornamental, vacío; cuatrocientos el normal, listo para hacer un huevo con chile para tres meses; veintisiete millones ochocientos veintitrés mil cuatrocientos veintiséis —susurró el número sagrado— monedas de platino si eres quien creo que eres. Me llevo el ornamental: mi tía les pone lentejuelas, ja, ja, ja. Le di el viejo billete de doscientos: donde antes estaba el Claustro de Sor Juana, se leía, a la luz del detector de billetes falsos: “Las maletas ya están con Celestino —pasillo doce: ‘Tubérculos peludos y solanáceas fluorescentes’—. Por instrucción de los Volantes, fundí el platino; encontrará una enorme barra en cada maleta. Las exhibirá con un letrero —técnica: esterbrook sobre cartulina naranja—: ‘Mantequilla de ostra del Índico. Mercancía invaluable. Tóxica. Niños: cuiden a sus papás’. Las sacará una a una en los siguientes meses y las conducirá a su siguiente destino. Buen trabajo, Antena. En su discreción confío. Hasta el siguiente Gran Vuelo. Diana”. (Iván: mucho le encargo que cambie los nombres antes del último envío de esta comunicación. Dadas las circunstancias por nosotros ampliamente conocidas, no tengo creatividad suficiente para cambiar algo tan simple como eso; las molestias serán ampliamente compensadas por la generosidad del Volantísimo.)

Antena me dio el huevo, que llevé hasta el paradero de los Volantes, no sin antes pasarme por la pulquería local y echarme un curado de guayaba, darme una vuelta por el entonces todavía funcional mercado de artesanías y comprar una olla de barro negro y tomar un café en El Cordobés, donde encontré, finalmente, a Aura. A voces le conté lo bonito y popular de ir al Mercado de San Juan a comprar un huevo de avestruz ornamental para ponerle muchas lentejuelas, lo colorido de ir al mercado de artesanías, lo sabroso de los curaditos con su botana caldosa. A voces celebró conmigo que al fin hubiera decidido conocer una zona tan pintoresca de la ciudad. Nos despedimos. (Iván: si considera que no es muy claro este párrafo, le pido que lo aclare sin perder el ritmo de la narración. Debe entenderse que no en vano se confió en mi discreción, pues claramente entregué el recado, a la vez que disimulé la misión y la hice pasar por un paseo cultural lleno de color y tradición.)

Fui recibida en el atrio mismo del paradero de los Volantes, donde desempaqué la mercancía, para conmoción de todo el grupo. Comenzó entonces el Gran Proceso: la larga iluminación con lámparas de halógeno (Iván: no puedo desandar mis pasos en la escritura de este urgente documento: inserte, donde lo crea correcto, que durante mi “paseo” me detuve en la tienda de Alón, en Artículo 123, a recoger las lámparas), la lentísima incubación, los interminables segundos de la ansiada gestación de los caballos. Fue después de veintisiete millones ochocientos veintitrés mil cuatrocientos veintiséis segundos que el huevo comenzó a quebrarse para dar a luz al más sublime de los milagros: veintisiete millones ochocientos veintitrés mil cuatrocientos veintiséis caballos voladores, que fueron inmediatamente embalados y enviados con instrucciones precisas a los miembros de la sociedad secreta, excepto, claro está, los que por derecho y obligación nos correspondían. (Iván: usted recibió los suyos con las instrucciones anexas: ¿considera necesario reproducir el mensaje que entonces se emitió? Si es así, por favor transcríbalo; si no, se puede narrar directamente cómo volvimos al 27 823 426 d.V. a pisar las mariposas. No sé si usted todavía tenga ese recado en su poder. Era éste: Recomendaciones su discreción y eficacia, persuadídonos han confiarle patriótica, vital, importantísima misión. Caso éxito, será recompensado con profundidad. Ante nos preséntese, rayo.)

Cuando todos hubieron recibido sus caballos, doblaron por nosotros las campanas de La Profesa. Supimos entonces que era momento de montar hacia el pasado remoto, nuestra línea del tiempo original. Volvimos e hicimos lo que no pudimos hacer la primera vez que el Volantísimo nos dio la oportunidad: pisamos —nosotros y también los caballos— las mariposas de donde hoy reposa el estéril estado de Michoacán: acabamos con las más viejas y opacas, con las naranjas y brillantes y sanas y veloces, con los capullos esperanzados, con las orugas viscosas. Efectivamente, si hoy, cuatro de noviembre de dos mil diez (Iván: le recuerdo que es vital que el texto sea publicado ése y no otro día), el Volantísimo despierta a su artificial línea del tiempo, podrá corroborar que Michoacán es estéril, clara prueba de que hemos cumplido cabalmente la misión y que absolutamente todo ha cambiado en el destino de los hombres. Para él habrá pasado un día, pero nosotros habremos estado vagando desde entonces, volando en la espesa oscuridad sobre nuestros caballos. (Todos, menos usted, Iván, a quien, qué extraño, no hemos encontrado pisando las mariposas: entregue el mensaje; será perdonado. Caso éxito, nos veremos en el siguiente Gran Vuelo.)

---Fin del texto adjunto---

01 noviembre 2010

Puente en el tiempo.

Quiero a la tierra amarilla
Que baña el Ebro lodoso:
Quiero el Pilar azuloso
De Lanuza y de Padilla.

José Martí



Puente de Piedra (s. XV) tendido sobre el río Ebro, con la Basílica del Pilar al fondo.
Zaragoza, España. (2010)

Por lo general gusto de compartirles fotos en las que encuentren algún otro sentido además del placer de observar una imagen. Hoy, por el contrario, es casi una postal lo que les traigo como aquellas que, para no olvidar, se llevan los extranjeros de regreso a su hogar. ¿La razón? Esta es la memoria de lo que resultó ser para mí más que una excursión, un reencuentro.